Se acerca el desenlace de tu relato. Se terminó el líquido del tintero negro reservado para tí. Las ondas radiofónicas dejarán de evocar tu nombre con amargura. Se acabaron los mintuos televisivos con una notoria presencia tuya. Es el momento de pasar del presente al pasado reciente.
Te preguntarás por qué. Te daré alguna respuesta: los muertos ya no están apilados en tus calles. Las barricadas del infierno han desaparecido. La polvareda se ha esfumado con el viento. El olor a muerte se marchó de tu cielo gris.
Y tú me dirás que los muertos ahora están bajo tierra y estarán presentes eternamente, pues lo que te falta, te abandona menos.
Y tú me responderás que las barricadas se disiparon, pero su remanente quedará grabando en cada trozo de suelo sobre el que reposaron, porque la sangre jamás desaparece.
Y tú me llorarás que el polvo material y blanquecino fue lavado por la lluvia de la piel, pero el agua no llegará nunca a limpiar esa mancha negra y desgarradora del corazón.
Y tú me llorarás que el polvo material y blanquecino fue lavado por la lluvia de la piel, pero el agua no llegará nunca a limpiar esa mancha negra y desgarradora del corazón.
Y tú me gritarás que el olor de los cadáveres fue sustituido por el aroma de la nada, pero también del olvido, el abandono y la desesperación.
Tú, Haití has dejado de estar de actualidad en eso que llaman Primer Mundo. Aquí consideran que poco a poco la normalidad se va instaurado en tí. Pero, ¿qué sabrán ellos de normalidad? o, mejor dicho, ¿qué sabrán ellos de tí?, me preguntarás. Nada. Lo sé. ¿Crees que en algún momento llegaron a saberlo? Se hicieron eco de cifras. Abarrotaron sus bases de datos de imágenes. Desplegaron ayuda humanitaria. Desplazaron numerosos extranjeros a tu tierra con una etiqueta de corresponsales. Sí... hicieron todo eso...
Y ahora...¿qué?...
Buena suerte, Haití. Te dirán...