martes, 8 de marzo de 2011

A la hora de sentir, cada uno lo hace a su manera.



Tarde soleada y primaveral en la Plaza Mayor de Madrid. Disfruto de un café en una de las clásicas terrazas del enclave con mis familiares. Llama mi atención la niña de la mesa de al lado. Es pelirroja, blanquita y con pecas. Igualita que Pipi Calzaslargas, vaya. Aunque no es sueca como el personaje de Astrid Lindgren, sino francesa. “Pipi” está degustando una enorme napolitana rodeada de otros dos niños y un bebé -presumiblemente sus hermanos- y dos adultos -supuestamente sus padres-. Tras finalizar su bollo, se dirige al bebé mientras sus progenitores piden a un paseante que les haga una foto. En cuestión de segundos se suceden los hechos: la pelirroja va a coger al bebé, pero éste resbala, cae al suelo y golpea con fuerza su diminuta cabeza contra las baldosas de piedra de la plaza. El bebé llora. La niña no da crédito a lo acontecido y su gesto denota un pavor digno de un adulto. El llanto del bebé se debe al golpe. El de ella por lo que ha causado involuntariamente y el dolor de su hermano.

¿A qué viene todo esto?


Viene a que en la vida sucede lo mismo a gran escala y la mayor de todas es la de los sentimientos humanos. Siempre hay una víctima y un verdugo. Ya sea ante una ruptura amorosa o cualquier doloroso contratiempo. No hay medias tintas. En materia de la “patata” jamás las ha habido, ni las habrá. Pero “Pipi” no es ni mucho menos una verduga, sino una víctima de sus actos involuntarios como su hermano. En muchas ocasiones, tampoco lo es la persona que decide romper una relación, la que firma un despido, la que hace las maletas y se marcha, el que opta por salir de casa en vez de encerrarse en ella. A la hora de sentir cada uno lo hace a su manera. A la de sufrir, también.

Pd: He de decir que la madre acalló con rapidez el llanto del bebé aunque no pudo hacer lo mismo con su chichón. “Pipi” pasó unos cuantos minutos más con la mandíbula desencajada y gesto asustadizo.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Ha nacido un nuevo Rey Sol del fútbol: Raúl I de España y V de Alemania



No fue una decisión fácil. Hacer las maletas nunca lo es. La comodidad invita a quedarse en casa, por mucho que el hogar empiece a caerse encima. Los valientes son los que parten sin mirar atrás, con o sin exceso de equipaje. Importan las ganas de abrir una nueva página en la historia personal, cuenta la ambición de querer siempre algo más, de saber que nunca es suficiente. Así Carlos V de Alemania y I de España creó un imperio donde jamás se ponía el astro rey. De esta manera ha nacido un nuevo rey Sol y se llama Raúl González Blanco.

Tiene 33 años como Cristo y sabe que su vida futbolística pronto llegará a su fin. Si no hubiera decidio hacer las maletas tal vez habría llegado antes. Su adiós definitivo hubiera sido un calvario en el banquillo. Su encumbramiento a los cielos más rápido, desde el templo blanco. Él decidió cambiar la historia con los primeros rayos del verano. Dijo adiós al club de sus amores con lágrimas en los ojos y partió rumbo a Alemania sin dejar que estas le cegarán. Su instinto tan goleador como acertado le indicaba que aún podía seguir soñando y disfrutando con el balón en los pies, con el 7 a la espalda y como titular. Listo el madrileño tanto dentro como fuera del campo es consciente de sus limitaciones. El Ferrari va perdiendo fuelle y hay campeonatos en los que uno ya no puede lidiar saliendo el primero. También algunas espinas de la corona no podrán ser sacadas: ganar un Mundial, una Eurocopa, o una Copa del Rey española, pero quién dijo que fuera imposible ganar la alemana.

Ahí está Raúl. Batiendo récords. Su equipo sigue vivo en Champions. El gran capitán continúa marcando goles en Europa. Aumentando su leyenda, yendo a por los números de otros grandes del fútbol -como él- para superarles en partidos en Europa y en goles en competiciones del viejo continente. Dispuesto a ganar con el Shalke 04 la Copa, no del rey Juan Carlos, pero sí la alemana. Ese es su objetivo y ayer colocó a los suyos con su gol en la final de dicha competición. Delante tenía a un viejo conocido, el siempre temido Bayern. Pero Raúl ya le había hincado el diente al equipo de la aspirina, como ya hizo cuando bajo los tres palos estaba ese ogro entrañable llamado Oliver Kahn.

Le queda gasolina al Ferrari. Hay puertos por conquistar para el nuevo rey sol. Los habrá mientras las piernas no flaqueen y sigan quedando los pozos eternos de su humilde ambición.