viernes, 26 de febrero de 2010

Haneke, El Mazo De Hierro

Es el año de Michael Haneke, su "cinta blanca", por la que deambulan todas las sombras del fascismo, ha llegado a los cines de todo el mundo, sin hacer tanto ruido como otras producciones cinematográficas, pero con el sello indiscutible de su autor. Y es que el cine de Haneke, se mire por donde se mire, deja una pesada huella.

El austriaco ha vuelto a golpear con su mazo de hierro en el suelo de Hollywood y esta vez, el eco de su único golpe, seco, aséptico, frío, no podrá pasar inadvertido para los miembros de la academia. El veterano realizador ha necesitado diez películas y un solo remake para situar su cine en lo más alto del panorama europeo.


Este año Cannes se ha rendido a los pies de su última producción, como ya ocurriera hace cuatro años con su magnífica, intencionadamente ralentizada y delirante "Caché". Pero entonces, Haneke era solo un director en ciernes, cuyo verdadero potencial tan solo había comenzado a entreverse a merced de la tardía difusión de la magistral "Funny Games", probablemente su película más conocida y redonda hasta la aparición de esta "Cinta Blanca". Antes, el cineasta ya había dado a luz una trilogía, tres películas, aparecidas entre 1989 y 1994 que, acuñadas bajo el elocuente título de "trilogía de la violencia" sentaban las bases de lo que sería su cine en años venideros pero que, incomprensiblemente, fueron ignoradas por la crítica. De este compendio, llama especialmente la atención "El video de Benny", un film sobrecogedor, con una cuidadísima austeridad formal, que llega al espectador como una patada en el estómago.


Un magnífico director de actores, como demuestra el realismo de la puesta en escena de esa pianista llamada Isabelle Hupert o la insoportable radiografía de la desesperación que encarna el colosal Ulrich Muhe, en "Funny Games", pero sobre todo, un excepcional realizador, con un dominio de la narración cinematográfica pocas veces visto en el circuito del cine comercial europeo.


Haneke provoca pero nunca miente, Haneke es, probablemente, el mejor domador de la violencia fuera de plano que ha dado el séptimo arte. Con su mazo de hierro, con su ritmo lento, elegante y natural, sus películas hablan de la soledad y de la miseria humana sin pretender nada más que eso, retratar lo vacío que es en realidad el vacío entre las personas.

Tan solo Antonioni, en su tratamiento del ritmo narrativo y, aunque en menor medida, el español Jaime Rosales, en el uso de los encuadres y de la cámara fija, se acercan a la maestría del austriaco a la hora de dirigir una película.


Controvertido, osado y profundamente violento, aunque nunca mostrando violencia explícita en sus cintas, Haneke ha conseguido con su estilo a la hora de rodar que la barrera, ya de por sí excepcionalmente débil, que separa la cruda realidad del cine crudo (sn cocinar con artificios), se haga todavía más difusa.



lunes, 22 de febrero de 2010

Inocencia Interrumpida


Un, dos, tres... ¡Mierda! ¡He vuelto a fallar! ...

Cuánto añoraría volver a ser una niña. Al menos hoy. Al menos por un instante. Siento que me hago pequeña. O quizás el mundo se me ha hecho grande.


Estoy cansada de vivir en este lugar de adultos que no detectan más allá de lo que ven sus ojos. No saben mirar.

Estoy aburrida de pertenecer a esta tierra de experimentados que no oyen más allá de lo que entra en sus oídos. No saben escuchar.

Estoy saturada de pisar este suelo de maduros que no perciben más allá de lo que roza su piel. No saben sentir.

Estoy molesta por habitar en esta vida de mayores que no olisquean más allá de lo que se adentra en su nariz. No saben respirar.

Estoy fastidiada por residir en este planeta de grandes que no captan más allá de lo que cae en su lengua. No saben saborear.


Mi inocencia se ha interrumpido. Mi ignorancia se ha desmembrado. No hay marcha atrás.

Mi paciencia se ha consumido. Mi calma se ha resquebrajado. No hay vuelta de hoja.

Pero mi asombro infantil sigue intacto y su mentiras, recelos y males mayores no calarán en mi pequeño ser.


Un, dos, tres. ¡Lo conseguí! No soy como tú. No soy grande.

domingo, 21 de febrero de 2010

Introspección


El otro día me plantearon una pregunta:

- ¿Qué es lo que quieres?

(De inmediato, en mi cabeza apareció una respuesta):

-Sé muy bien lo que no quiero y por descarte...

- No. Eso no vale. No te he preguntado por lo que no quieres.


Desde entonces llevo varios días tratando de contestar a la cuestión. Desde entonces, -cumpliendo el deseo del que me planteo la duda- estoy intentando saber quién soy y hacia dónde voy. Huelga decir que aún no he sido capaz de obtener nada, al menos coherente, al menos rotundo.


No pretendo ser esquiva. Mucho menos tirar por la vía fácil o rápida. Nunca fuí amiga de estos atajos. Sin embargo, no creo en la rotundidad y más cuando hablamos de la vida. Si algo creo es que nunca llegamos a conocernos a nosotros mismos, y por ende, tampoco a los demás. Somos personas y por esta naturaleza, venimos con los errores de fábrica instaurados en nuestro mecanismo.


Si algo creo es que sé lo que me une a alguien. También lo que me separa. Sé que tengo unos valores y unos principios hechos propios a lo largo del tiempo. Asimismo, sé que a veces su cumplimiento se me escapa, por aquello de los errores, por eso de la inexistente rotundidad.


Sé como me gustaría ser. Sé muchas cosas que quiero. Sé aún más las que rechazo. Pero es difícil decir quién soy, cuando ni tan siquiera sé si el reflejo del espejo me corresponde. Yo soy la que se ve al otro lado. Tal vez ese reflejo es el que ven los demás. La imagen que sale en una foto. La cara que gesticula en un vídeo. La voz que oigo grabada... Pero realmente, ¿esa es la que yo quiero? ¿esa soy yo? ¿me gustaría serlo?


Tiraré de genios para cerrar mi reflexión. Decía Shakespeare -en la boca de Hamlet-: "solo sé que no sé nada". Dice Benedetti -y lo pongo en mi boca-: "En la razón solo entran las dudas que tengan llaves".


Siendo esto cierto, si hoy soy algo es un mar de dudas. Pero al menos, éstas son las que yo elijo y pongo forma de llave. Y aunque no sepa demasiado, solo sé que no saber nada, ya es algo.