martes, 13 de abril de 2010

Sueño. Luego, Vuelo.



Siempre es así. Primero un terremoto interno. Después cierro los ojos. Sueño, corro, huyo, me voy lejos... Soy libre. Vuelo.

Hay dos cosas que me gusta hacer por encima de cualquier otra: soñar y viajar. La primera la hago a menudo y con mucha facilidad. La segunda siempre que puedo, aunque menos de lo que me gustaría, ya que mi bolsillo no siempre lo permite.
Conjugar ambas es una mezcla explosiva a la par que atractiva. Generalmente su unión viene precedida por días inciertos y desconcertantes. El ritual siempre es el mismo. Cierro los ojos. Busco en mi memoria las fechas del próximo fin de semana, el puente más cercano, la fecha más inmediata y factible. Seguidamente abro un buscador de vuelos. Elijo como ciudad de origen, casi siempre: Madrid (Barajas) -por cercaría y realismo-. Siguiente paso y el más electrizante, ciudad de destino, pensemos, tal vez, Nueva York (JFK).
El buscador comienza a pensar... Aparecen los precios, horas de salida, de llegada, las escalas. Escojo mi vuelo y empieza el sueño. Preparo mis maletas. Casi siempre voy ligera de equipaje. Casi siempre soy yo misma la parte importante y una tímida maleta de mano de acompañante. Pasaporte. Control de Seguridad. Tarjeta de Embarque. Instrucciones de las azafatas. Saludo del comandante y rumbo a las alturas. Me imagino llegando a mi destino. Respirando otro aire. Sintiendo otra brisa cálida a mi alrededor. Recibiéndome una noche naranja y una luna resplandenciente y baja con forma de pomelo. Sigo soñando.
Si conozco el lugar de destino, sé por dónde pisar. Las calles por las que pasear. Dónde tomar un café. Dónde parar. Sino, tiro de Google Earth y me hago una nítida idea. El resto, imaginación.
Quizás toda esta parafernalia simplemente sea una manera infantil de escapar. Una forma de huir de esos días inciertos y desconcertantes. Seguramente su planteamiento solo busqué alejarme de una realidad que en este preciso instante me oprime y detesto. La excusa perfecta para no crecer y aprender a afrontar lo adverso del camino llano y asfaltado. Por eso vuelo.
Pero al menos así, me siento libre, me siento fuerte. Mi ser se desvanece cuando se entremezcla con las nubes y lo que queda de él atravesando las alturas es fuerte como una roca. Me como el mundo. Aunque solo sea soñando. Aunque solo sea viajando. Pero solo por eso elijo sueño, y después, vuelo.

viernes, 9 de abril de 2010

Me he vuelto a enamorar


Me he vuelto a enamorar. Una vez más he vuelto a reincidir y como una colegiala me he dejado atrapar por tus brazos de alquitrán, tus luces de cristal, tu cielo encapotado, tus túneles internos, tu vida de calle... por tí.

Tal vez nunca dejé de quererte. Esta es la verdad. Recuerdo aquel septiembre de 2003 en el que comenzamos a conocernos en serio. Yo paseaba tímida e indecisa por tus arterias con fachada de calles. Me sentía extraña, desubicada, más bien, pero no puedo negar que este desconcierto tenía su encanto, hasta tal punto, que acabó convirtiéndose en una adicción.

Con el paso de los días, los meses y las estaciones nos fuímos jurando amor eterno con la boca pequeña. Superado el estado de obnubilación pertinente, fruto de la novedad, vimos que lo nuestro iba en serio. Ese querer y no querer formaba ya parte de nuestras vidas. Sin embargo, ingenua de mí, seguí creyendo que esa magia tal vez se la debía a los otros, a los que también entregaba mis días y con los que inevitablemente me acercaba aún más a tí. Cada rincón tuyo me hacía saborear un buen momento, un gesto de sorpresa más, un estado de expectación diferente y aún más sobrecogedor que el anterior. Pero no tardé en descubrir la otra cara, la de las tormentas internas, desengaños bañados de melancolía, sueños truncados sin haber empezado, gritos ahogados por tu ruido y sin tu calor. Siempre con los otros. Siempre dentro de tí. En ese preciso instante fuí consciente de que los otros no eran justificación. Habían dejado de serlo definitivamente en el momento en el que muchos de ellos se exiliaron y de nuevo nos quedamos tú y yo, cara a cara, una vez más.

Antes de esa nueva prueba de sinceridad, nos fuímos infieles consentidamente, obligadamente. Yo decidí coquetear con otras ciudades, amenazé con renunciar a tí de forma definitiva, me llené la boca de falacias y juré no volver jamás. Entiéndeme, el dolor no se cura con las noches etílcias de tus calles. Demasiados recuerdos en la mente como para ser ahogados en una copa de JB con un chupito de tequila. No quería engañarte a tí, no quería engañarme a mí. No era el momento.

No debo reprocharte nada. No entra en nuestros planes. Pero también conozco tus devaneos con otras almas nocturnas y soñadoras a las que intentaste capturar con tu olor a asfalto y tu música de barrio.

Una vez más, este otoño, volvimos a encontrarnos. Me acogiste con tu garra de acero y ruido sin darme tiempo para reaccionar. Volvimos a hipnotizarnos y aquí estamos una vez más. Yo enamorada de tí, de tus días y tus noches, tus sonrisas sinceras y tus alaridos desgarradores. Y tú, rascando lo que queda de esa niña soñadora que decidió crecer a tu amparo y ahora no sabe vivir sin tí, por mucho que lo niegue.

Lo sé, lo sabes. Aún no nos hemos entregado del todo. Aún no hemos dado ese paso decisivo con vuelta atrás. Pero sabemos que no tardará en llegar. Una vez más el desconcierto con envoltorio de encanto nos atrapará y seguirá esta carta de amor eterna, esta unión inquebrantable que ya nadie podrá romper. Simplemente porque tú ya eres parte de mí, yo soy un trozo más de tí.

Quizás vuelven las infidelidades pasadas en forma de futuro con otras ciudades y calles. O tal vez, simplemente sea infiel a todo el mundo por fidelidad a tí. Hoy necesito decírtelo.

Te Quiero Madrid.