El otro día me plantearon una pregunta:
- ¿Qué es lo que quieres?
(De inmediato, en mi cabeza apareció una respuesta):
-Sé muy bien lo que no quiero y por descarte...
- No. Eso no vale. No te he preguntado por lo que no quieres.
Desde entonces llevo varios días tratando de contestar a la cuestión. Desde entonces, -cumpliendo el deseo del que me planteo la duda- estoy intentando saber quién soy y hacia dónde voy. Huelga decir que aún no he sido capaz de obtener nada, al menos coherente, al menos rotundo.
No pretendo ser esquiva. Mucho menos tirar por la vía fácil o rápida. Nunca fuí amiga de estos atajos. Sin embargo, no creo en la rotundidad y más cuando hablamos de la vida. Si algo creo es que nunca llegamos a conocernos a nosotros mismos, y por ende, tampoco a los demás. Somos personas y por esta naturaleza, venimos con los errores de fábrica instaurados en nuestro mecanismo.
Si algo creo es que sé lo que me une a alguien. También lo que me separa. Sé que tengo unos valores y unos principios hechos propios a lo largo del tiempo. Asimismo, sé que a veces su cumplimiento se me escapa, por aquello de los errores, por eso de la inexistente rotundidad.
Sé como me gustaría ser. Sé muchas cosas que quiero. Sé aún más las que rechazo. Pero es difícil decir quién soy, cuando ni tan siquiera sé si el reflejo del espejo me corresponde. Yo soy la que se ve al otro lado. Tal vez ese reflejo es el que ven los demás. La imagen que sale en una foto. La cara que gesticula en un vídeo. La voz que oigo grabada... Pero realmente, ¿esa es la que yo quiero? ¿esa soy yo? ¿me gustaría serlo?
Tiraré de genios para cerrar mi reflexión. Decía Shakespeare -en la boca de Hamlet-: "solo sé que no sé nada". Dice Benedetti -y lo pongo en mi boca-: "En la razón solo entran las dudas que tengan llaves".
Siendo esto cierto, si hoy soy algo es un mar de dudas. Pero al menos, éstas son las que yo elijo y pongo forma de llave. Y aunque no sepa demasiado, solo sé que no saber nada, ya es algo.
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