Rodeada de cafés sobrevolando mi cabeza iniciaba la mañana en mi cafetería de Avenida América. Hay quién pide un orujo para desayunar, hay quién prefiere un clásico café con leche en taza, hay quién opta por acompañarlo con un bollo, otros con barritas de aceite. Me pregunto si los desayunos de cada persona cambian según el día. O tal vez cambien cada año. De un café solo se pasa a un café con leche. De un café a secas a un desayuno -tal vez una barrita de aceite-, de un desayuno a un orujo u otra bebida sin cafeína. Sí, creo que cambian cada cierto tiempo, según la vida, según la edad.
Hasta los veinte el atrevimiento y los impulsos marcan nuestro sino en las decisiones. Superada la veintena la razón empieza a ganar espacio al atrevimiento en nuestra cabeza. Las experiencias vitales acumuladas están ahí. En base a ellas los muros personales son más o menos infranqueables. Pero si algo hemos aprendido es que la vida no funciona como en las películas. Existen palabras como el orgullo, la dignidad, el miedo, el dolor. Pequeñas barreras que calman nuestros espasmos quinceañeros. Los pasos mal dados siguen existiendo. Pero cada vez pensamos más dónde y cómo pisamos. Seguimos teniendo todo el tiempo del mundo. O al menos el tiempo sigue siendo el nuestro. Pero no queremos tener tiempo para dejar en errores. Vamos pasando de un atrevido café solo a un tibio café con leche.
Lo próximo, el desayuno. Café con bollo o, tal vez, una barrita de aceite.